Avila

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Meseta Castellana
BIENVENIDO

2/12/08

LA PESADILLA DE ALICIA




El sonido de las sirenas se fue alejando por la C-24, ya no podía oírlas. Dejó de sentir calor o frío mientras experimentaba el vértigo que había conocido tirándose en paracaídas desde la avioneta: los primeros momentos en caída libre, la presión en el cuerpo, la velocidad imparable... Jaime se sumergió en un sueño profundo que lo dejó inmóvil.

Alicia, su mujer, recibió la noticia confundida por lo inesperado del suceso. Al poco, el shock inicial dio paso al desasosiego que el interrogante despertó en su vida acerca del destino hacia el que Jaime viajaba aquel trágico día. En las prolongadas noches de insomnio, visualizaba la vida como una carretera, e intentaba razonar para sí misma con la esperanza de encontrar respuesta:

“Todos los accidentes son inoportunos, cuando menos. Nuestro camino vital tiene un origen desde el que partimos y un objetivo, hacia el que nos conducimos, no siempre conocido. De manera similar, iniciamos un recorrido por una carretera seguros de alcanzar el final del trayecto. Un imprevisto, una variable con la que no contamos, aparece intempestivamente y se abre un paréntesis; a veces, el objetivo hacia el que nos dirigimos no deja de ser un interrogante, incluso, para nosotros mismos”.

Cargada de dudas, lo visitaba a diario. El diagnostico pronosticaba no más de cuatro meses de inconsciencia ya que la evolución de las lesiones así lo indicaban, aunque ella tenía sus reservas. Se sentaba junto a la cama del hospital y le hablaba con infinita ternura.

—Jaime, las niñas ayer fueron de de excursión a La Granja para festejar la llegada de la primavera. Tenías que ver a Marta contando cómo son los jardines repletos de flores que rodean el Palacio de Felipe V decorado con bellísimos tapices. Una prodigiosa fuente impulsa el agua hasta las nubes, y el murmullo del líquido al caer te transporta a otra época. Cuando amanece, dicen, el Palacio tiene una fachada que refleja la luz de manera especial en un bonito color rosa. Puedo imaginarme ataviada a la moda del XVIII, caminando por aquellas estancias; escuchando al anochecer, junto a ti, un concierto de arpa y clavicémbalo o, tal vez, un cuarteto de cuerda con música de Telemann. Mañana traeré una de tus preferidas de Haendel: “Música acuática”, celebraremos el cumpleaños de Ana llenando de música la habitación… haremos otra fiesta cuando despiertes.

Cada día, acallando sus incertidumbres, ella le mostraba el periódico que acababa de comprar y leía las noticias más relevantes; incluso le explicaba el tiempo que haría al día siguiente, la clasificación de equipos en la Liga de fútbol.

Alicia descubrió en algún gesto, que la música llegaba directamente al fondo del corazón de Jaime, sin necesidad de atravesar sus tímpanos. El “dormido”, como ella le llamaba, era especialmente sensible al “Verano” de Vivaldi. Acaso el ritmo creciente los violines o la explosión acústica, que simulaba tormentas estivales, removían su consciencia desde lo más profundo. El sonido de los instrumentos musicales —pensaba—, tiene una magia que traspasa las fronteras que rodean el alma, su energía hace vibrar las partículas de nuestro cuerpo y, tarde o temprano, acabará despertando.
Cuando ella regresaba a casa, apilaba la prensa del día en el despacho de Jaime. El cuarto permanecía aparentemente intacto desde el trágico accidente, aunque Alicia no se resistía a indagar entre sus cosas en busca de una respuesta. Varias columnas con las publicaciones se levantaban en perfecto orden desde el suelo. Su teléfono móvil y algunos recortes de revistas permanecían en la mesa junto a su agenda enmudecida desde el veinte de Enero. A menudo, presa de la desesperación, deseaba en su interior que se descubriese la traición por parte de Jaime aquella fatídica tarde, para poder dejar de lado el sufrimiento que le provocaba verlo así.

Por las noches, Alicia pasaba a visitar a las niñas que vivían con los abuelos desde que ingresaron a su padre. Ella prefería permanecer en su casa, durmiendo en su cama, a la espera; como si su marido fuera a llegar de un largo viaje en cualquier momento. Se desmadejaba en el sillón antes de ir a dormir y leía los libros que el ausente había dejado a medias. A ratos, cuando no podía conciliar el sueño, abría el armario de él, buscaba entre su ropa, tocaba sus corbatas, inhalaba su perfume, se calzaba unas zapatillas suyas e intentaba caminar por la casa mirando cada objeto con los ojos de Jaime.
Cuando había partido de fútbol, echaba hielo en un vaso con algún licor y, desde el sofá, veía y escuchaba todo el juego; imitaba sus ademanes, imaginaba que era él.

Un tarde que fue a visitarlo, olvidó el periódico del día. Intentó contarle las anécdotas acaecidas, pero hacía días que no veía a sus hijas y su trabajo era tan monótono que no tenía mucho que contar. Puso música antes de empezar a hablar e improvisó:

—Jaime, iré a la agencia de viajes mañana mismo. En mayo, celebraremos nuestro aniversario. ¡Podemos planear un circuito por Europa! ¡Me gustaría incluir Pilsen, Heidelberg, Bergen, Poznan!… Tendremos que regresar al Hollander Hof en Heidelberg, para contemplar el puente del Neckar, comprar juguetes, subir al Castillo…

Alicia se escuchaba a sí misma. Sus palabras rebotaban en las paredes de la habitación, y regresaban hasta ella que permanecía inmune al desaliento. Continuó sumergida en el periplo deseado durante horas hasta que tuvo que marcharse.

A la mañana siguiente, subió al coche y condujo por la C-24 hasta a la agencia según lo previsto. No había vuelto a pasar por allí desde que su marido abrió el paréntesis en aquella maldita curva.
En poco más de quince minutos llegó a su destino, atravesó la entrada principal del Local y se dirigió hacia una de las mesas libres. Tomó asiento sin que nadie se percatase de su presencia; mientras, la empleada conversaba, abstraída, por teléfono.



Su mirada perdida escrutaba, como otras veces, desde que la curiosidad era una vieja aliada en busca de respuestas. Lo hacía en cualquier sitio, instintivamente, sin apenas ser consciente.
La llamada se prolongaba y Alicia fijó su atención en un sobre que emergía de un montoncito de papeles plegados, en la mesa de al lado. Se leía con claridad: “Jaime…”. Segura y con determinación, Alicia, sin pedir permiso, tomó el sobre entre sus manos y pudo terminar de leer: “Jaime Rincón”. Se levantó muy digna, a la vez que se despedía con la mano, y se dirigió al coche.
Abrió el vehículo, se situó en el asiento del conductor y rasgó el sobre sin vacilar.



Ante sus ojos, se encontraban dos billetes de avión con destino Frankfurt* para el treinta de abril a nombre de Jaime Rincón y Alicia Campos. Un Post-it anunciaba: “abonado, recogerá el veinte de enero”.



*El aeropuerto más cercano a Heidelberg se encuentra en Frankfurt.