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13/7/08

TE LO TENGO QUE CONTAR

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México, Diciembre del 2006

Te lo tengo que contar.

La madrugada estaba llena de noche y el frío hacía que soltar las cobijas fuera difícil. El despertador sonaba y sonaba, era imposible cubrirlo con las sabanas, o con la noche, o olvidarlo; o simplemente tirarlo, era un tirano despiadado. Por eso en medio de la oscuridad y a tientas logré encontrarlo y finalmente lo pude apagar. Reino el silencio.

A las ocho de la mañana de ése día. En el hospital que funda el “Conde de Valencia” por los años lejanos de la conquista; más allá o más acá. Me encontraría con el Doctor Federico Graue Wiechers, para operarme el ojo derecho, cuya retina estaba cubierta con un velo que me mantenía semi tuerto, pero que no me impedía manejar mi coche y llevar una vida a mitades; eso sí con la terrible de que si no me operaba podía con el tiempo hasta perder ese ojo.

En realidad no fue difícil llegar a la decisión de la operación, porque lo pude lograr gracias a que en todo ese tiempo me comporté como si el que se necesitará operar no fuero yo, sino alguien cercano a quien ayudaría a decidir fecha y lugar.

El claxon del vehículo de mi hijo Armando rompió el silencio de esa madrugada, ni los pájaros en sus nidos se habían despertado. Carmen, mi esposa, y yo salimos para emprender con él la partida rumbo al centro de la ciudad; y ahí muy cerca de la churrería “El Moro” donde un chocolate caliente con dos ordenes de churros hubieran sido un buen pretexto hasta para la levantada. Cercano a esté lugar se encuentra el hospital. Eran las ocho de la mañana en punto, cuando el doctor llegó a saludarnos y pedirme me pusiera la batita clásica; la que se pone al revés y deja toda la retaguardia al descubierto, al poco rato llegó una enfermera con la camilla para transportarme al quirófano. Me volvieron a hacer otra serie de preguntas y después de vendarme los pies hasta la rodilla salimos a recorrer los pasillos y mediante un elevador llegar al área de quirófanos. Durante ese trayecto mi estado de ánimo era de tranquilidad y confianza porque muy en secreto cuando me estaba cambiando, pedí a Jesús y a San Antonio de Pápua, me ayudarán y que en lo posible me acompañarán en ese trago que no deja de ser amargo.

Llegado a un punto la enfermera me pidió que cambiara de camilla y me acomodara en otra que ya estaba dispuesta para recorrer un largo pasillo que poco a poco te lleva a la zona de rehabilitación y más adelante a los quirófanos.

Ya acostado en la nueva camilla iniciamos la marcha, en está ocasión conducido por el anestesiólogo. Pero cual sería mi sorpresa que al voltear mi cabeza a la derecha y con mi ojo bueno apoyado por el otro, pude percibir que nos seguía pegado a la camilla una emanación de color gris impalpable en forma de columna, perfectamente distinguible; admirado pero a la vez preocupado por no saber que era esa visión, cambié mi vista hacia el techo y pude ver como pasaban las lámparas que iluminaban el pasillo. Inmediatamente volví a fijar mi vista en la emanación que junto a mí seguía, y pude entonces ver con claridad cómo estaba formada, en su parte media, se componía de pliegues que caían formando un manto que en tonos grises y más obscuros se dibujaban hasta llegar al negro, cómo un dibujo al carbón; y definían mantos que manifiestamente se distinguían. Interesado seguí viendo esa maravillosa figura y al dirigir mí vista hacia la parte superior pude distinguir claramente un rostro que cubierto con un manto dejaba ver parte de la cara y de la cual se distinguía notoriamente una barba muy poblada y un agradable perfil masculino que tranquilo me miraba. Asomaban también algunos cabellos ondulados que con el movimiento se meneaban. El rostro aquel me miraba y me seguía muy junto a la camilla, podía haberlo tocado pero no lo intente. Lo miré de nuevo fijamente y reconocí el rostro de Jesús, pero no el que se retrata en las pinturas o en las esculturas religiosas sino: un Jesús, como más real, más auténtico. Le di las gracias por su compañía, y entré tranquilo y confiado a mi operación. Debo señalar que hasta ese momento no me habían dado calmantes, ni ninguna medicina que pudiera pensarse que mi visión era producto de una mente drogada.

Cuando lo relato, que es lo mínimo que pudiera hacer ante tal suceso, vuelvo a sentir la emoción de aquel encuentro y quisiera atrapar en mi memoria con más firmeza las escenas vividas, los momentos; cada instante, para que no se pierdan con el ruido de la vida.

Yo no soy muy religioso y la verdad las oraciones se me han olvidado; salvo el “Padre Nuestro”. Por otro lado con esté hecho surgen en mi muchas preguntas, muchas emociones que quedan atrapadas después de esté acontecimiento tan maravilloso. Yo creo que seguramente iré encontrando las respuestas en el transcurso mi vida, pero si no fuera así, si no hubiera respuestas, esté hecho en sí es suficiente para sentir que valió la pena vivir.

Por otro lado la operación en sí es muy impresionante y va de acuerdo con nuestros tiempos y con la tecnología moderna. Si bien el éxito de la intervención se debe también a la destreza, técnica, experiencia y conocimiento del cirujano. Jesús seguramente quiso presentarse, pienso, para enviarme un mensaje de amor, de entrega, de protección, un –Sí me pediste que te acompañará, aquí estoy -.

La presencia de Jesús en acentos grises, cómo quien pinta un dibujo al carbón, con esos grises remarcados con diferentes tonos hasta llegar al negro, creo se debió a que si se hubiera hecho presente con toda su luz no hubiera resistido verlo.

Y aquí empezó una larga historia de operaciones que seguramente me están diciendo algo, de lo que hasta el momento no he podido entender, no siento un drama el calvario que he tenido que seguir; simplemente es un experiencia más de vida.

En otra ocasión les contaré otra experiencia vivida con San Antonio y que los médicos que me atendieron lo consideraron cómo un milagro. Insisto, no soy religioso y en un largo tiempo de mi vida hasta me consideré agnóstico.

1 comentario:

Silvia dijo...

Aurelio, me ha gustado tu escrito. Y me ha gustado que no has dudado en compartirlo. Espero, algún día, saber reconocer a quien se me aparezca. El problema que tengo es que no sabría identificar quien es...
Un abrazo.