Avila

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Meseta Castellana
BIENVENIDO

24/4/09

FANTASMAS


Cuando era una niña, hablaba a los fantasmas. A menudo, me venían a buscar de noche allá donde estuviera.

Por la noche, a oscuras y en silencio, es mas sencillo encontrarse con ellos. Dormía con las puertas abiertas porque traspasan paredes y muros, pero no yo; así es que, en caso de tener que salir corriendo, lo tendría mas fácil.
Cuando aún no tenía ocho años, se fue mi abuelo al "lugar de los fantasmas". Aquella noche soñé cómo él viajaba y de su mano conocí cómo llegar, pero me explicó que solo en sueños, y de la mano de un fantasma, puedes visitar el otro lado.

A punto de cumplir los once, mi otro abuelo tuvo que emprender el viaje. Días antes supe que se iría, pero no podía hacer nada. Aquella mañana, sentado frente a la mesa, cubierta de papeles, nos abandonó definitivamente. Yo ví como se iba y esperé a la noche para soñar.
Debió ser complicado llegar al mundo de los vivos y abandonar del todo este mundo. Hasta casi el amanecer no vino a mis sueños. Durante algún tiempo, los fantasmas acudían a visitarme, pero siempre, siempre, de noche.

Mi padre, que no creía en fantasmas, intentó disuadirme regalándome un libro, el cual trataba... sobre la cuestión de que... el alma humana puede encarnarse en otros cuerpos sucesivamente. Las posibilidades que nos da la reencarnación, según aquel libro, son múltiples y variadas. Así, uno puede explicarse por qué tiene una mancha en el costado de nacimiento, una verruga o protuberancia en el cuello, o por qué nos produce malas o buenas vibraciones una persona la primera vez que la vemos. Causas y lazos arrastrados de vidas anteriores. Pero siempre con la pega de que no podemos recordar nada de esas vidas.
Y yo, con el asunto de que... los fantasmas, aún leyéndoles el libro, no dejaban de visitarme. Creo que nunca se enteraron de que debían reencarnarse, porque ellos siguieron en su mundo.

Al cumplir los quince, mi cabeza empezó a llenarse de fantasmadas de otro tipo, así es que dejé de hacerles caso y ante mi abandono, debieron optar por retirarse. Ya me advirtieron que es difícil librarse de un fantasma. Algunos se quedan a vivir en algún rinconcito de nuestra mente y no hay forma humana de sacarles.
Con los años y la experiencia, he podido clasificar los variados tipos de fantasmas que pueden venir a visitarnos. Si vienen de fuera, es mas fácil controlarles pero si nacen en nuestra cabeza, se alimentan fácilmente de nuestra imaginación y cuando queremos darnos cuenta, ya se han hecho fuertes.

Demasiado tarde.

22/4/09

CUANDO SOPLA EL VIENTO

La tía Eloísa vivía sola en una casa antigua que por dentro parecía un palacio.
Un piano vertical con candelabros, de los que pendían vistosas telarañas, desprendía el olor a caoba que impregnaba el salón. También olía a galletas.

Las noches de tormenta, encendía velas por toda la casa y se servía una copita de Courvoisier, que apuraba sorbo a sorbo, hasta que ésta se alejaba. Veíamos el resplandor del relámpago y contábamos de uno en uno hasta escuchar el trueno.

Ocupaba un sillón de orejas que heredó de su madre mientras nos hablaba de que los recuerdos se almacenan más o menos desordenados, con hilitos de los que penden los nombres de las cosas, de los olores, de los sonidos y de los colores…
Como etiquetas que cuelgan de globos, estas se agitan cuando por un resquicio penetra el viento y desplaza la arena que da forma a las dunas del olvido.
Los hilos encadenados arrastran, unos detrás de otros, los recuerdos enlazados por situaciones de coincidencia.
La tía Eloísa nos dijo que los sueños abren de par en par las ventanas para que sople el viento.
A menudo sueño con ella.

16/4/09

16/04/09


La luna no sabe
que sale de noche,
que viaja lentamente
por los tejados,
bordados en las sábanas.
Se desconoce a si misma.
Ni siquiera recuerda,que es luna.
Dolors

9/4/09

EL PRINCIPIO DE DIRICHLET


Apenas podía leer los informes que cada mañana le presentaba su secretario. Samanta llevaba días en que las hojas se convertían tan solo en un saco de palabras sin sentido. Su mirada hacía un barrido que computaba la cantidad de sustantivos, verbos, adjetivos o artículos que tenía el documento. Ángel, su ayudante, la observaba de reojo sin saber qué le ocurría a ella, exactamente, cada vez que leía un dosier.

Samanta abría los ojos de forma exagerada, pasaba las hojas compulsivamente y, al final, como en una pizarra, leía en su cabeza el cálculo final. Sabía la cantidad de comas o de espacios; los puntos, las admiraciones, los títulos en negrita o los subrayados. Los números se convertían en palabras y podía saber la cantidad de letras que formaba cada número al pronunciarse, en segundos. Las palabras se convertían en números y los números en palabras, que después eran letras y acababan siendo otra vez un número.

Jaime, el director, esperaba impaciente las conclusiones de Samanta desde hacía una semana. En tan sólo cuarenta y ocho horas, tendrían que volar hacia Dubai con el análisis detallado de la propuesta. Pensó en cómo exigirle una respuesta a ella. Le gustaba demasiado y eso le incapacitaba, en parte, para enfrentarse. Sam no era especialmente atractiva pero su mirada y el olor de su pelo le había cautivado.

Ella miraba con ansiedad la puerta de su despacho, esperando que él apareciese, impecable, rotundo. Sus ojos iban de los documentos a la puerta y volvían a posarse en el escrito. Sentía caminar el corazon por sus sienes, el cálido aliento que desprendía por su nariz apresuradamente...
Así ocurrió: la sombra de Jaime apareció tras el cristal de la puerta y ésta se abrió con ímpetu.

Samanta lo miró fijamente y en voz baja le dijo:

- Doce, llevas doce prendas sobre tí y sobre tu cabeza 151.115 cabellos.

Él contestó:

- ¿Has estado de nuevo leyendo a Dirichlet?

8/4/09

LA MITAD

He estado toda la tarde mirando por la ventana, sin moverme, casi sin pestañear.
Pero solo recuerdo la mitad de todo lo que he visto. Solo la mitad.
Mi madre dejó una nota escrita sin acabar. Fue a media tarde cuando desapareció como un fantasma. Recogió la mitad de sus cosas y salió por la puerta de casa para no volver nunca.Yo tenía ocho años y Rafa, siete.
Olía a jazmín y rosas, la ventana estaba medio abierta y pudimos ver como su silueta se desvanecía ligera, seguida de una sombra muy alargada; el ruido de los coches, y el bullicio de la gente, envolvió el sonido de sus tacones mientras se alejaba.
Papá leyó casi la mitad de la carta de mamá y la dejó muy bien doblada en la mesita redonda, junto a la ventana. Después preparó un café pero solo pudo beberse la mitad... Tomó un libro entre sus manos, encendió su pipa y todo continuó como si nada hubiera pasado.
Rafa y yo estuvimos buen rato mirando por la ventana.

6/4/09

VACÍO

...Ramiro observó la casa completamente vacía. En cada habitación podían verse las siluetas de todos los muebles y un halo alrededor de las ventanas donde habían estado colgadas las cortinas, adivinaba, casi siempre en la misma posición. En la cocina, los baldosines impolutos aparecían blancos y brillantes donde estuvieron los armarios. Caminó una y otra vez sobre sus pasos, escuchando el eco de sus zapatos en las losetas de toda la casa, oyendo sus pensamientos al ritmo de sus pisadas.

El cuarto de baño tenía una bañera redonda impresionante, con grifos de plata resplandecientes, como espejos. Una mampara diamantina fraccionaba un rayo de sol que planeaba desde el tragaluz del techo. Se inclinó sobre la bañera y abrió el grifo del agua caliente al máximo hasta que todo el cuarto se llenó de un vapor denso y ardiente.

Ramiro apoyó la espalda en una de las paredes frente a la mampara, se dejó caer deslizando su espalda húmeda y quedó sentado en el suelo. El líquido condensado en el cristal fue dibujando, lentamente, una frase, un párrafo transparente pero nítido. Las gotas surgieron de su frente y resbalaron por la nariz y las mejillas. Las cejas, los ojos y los labios se humedecieron, respiró profundamente. Sin perder de vista la frase, se dirigió hacia la bañera a punto de desbordarse y se sumergió dentro sin quitarse la ropa. Cerró los ojos...